miércoles, 17 de julio de 2013

A lo lejos, en la negrura, se ve, transeúnte, una mujer, vagar...
Su cabello recogido, sus demonios emergentes, su palidez agraviante y un silencio inmortal.

Han cesado sus rezos, han perecido sus cantos,
se voló con el viento, un beso último que no pudo encerrar.


De nada sirven sus rimas, a nadie conmueven sus lamentos,
su vieja joya ancla en el océano de plasma que derramó su alma de tanto sangrar.

Ya no le pertenece su nombre, insignia traslúcida, aún más que su vieja piel.
Ella es cada estigma anidado a su espalda, cada tacto que no supo olvidar.



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